martes, 24 de junio de 2008

LES RECOMENDAMOS UN BUEN LIBRO DE POESÍA


Seguimos recomendándoles diversos libros para leer. Esta vuelta nos decidimos por la antología de poemas “El Gozante” del poeta salteño Manuel J. Castilla. Esta antología es producto de una muy buena selección de Santiago Sylvester para la colección de poesía “Musarisca” de la editorial Colihue.
Este poeta nació en Salta en 1918 y a pesar de haber viajado muchísimo siempre regresó a su provincia, donde finalmente falleció en 1980.
Sus poemas conjugan la tradición oral propia del folklore de la zona y la poesía culta, rescatando las costumbres de su tierra, nombrando sus plantas, oficios, animales y dilatadas extensiones.
También escribió letras de canciones folklóricas junto a Gustavo Leguizamón y Eduardo Falú. Algunas de ellas: “Zamba del pañuelo”, “Zamba de Balderrama”, “La Arenosa”, “La Pomeña”, “Zamba de Lozano”.


Les regalamos este poema para que vayan probando su sabrosa poesía. El libro lo pueden encontrar en la Biblioteca, solo tiene que pedirlo y disfrutarlo. Nada más.






A VECES QUIERO MUCHO



Vengan hasta mis ojos
donde duerme mi madre enamorada todavía
y donde anda mi padre
diciendo adiós a trenes y a tristes pasajeros
desde una estación sola y olvidada.



Verán que todo lo que tengo en este instante
cabe dentro un pañuelo
un arrugado adiós por el que ya me he ido
sin haberme ausentado todavía.



Quisiera que se sueñen en lo que estoy soñando.



Que estén conmigo en un pueblo a la tarde
entre las claras plantas húmedas del verano
y donde con el canto olvidándose de los chalchaleros
me he quedado en silencio
cuando entre adobes soñolientos
anda la gente y pisa su corazón cansado y su provincia.



Vengan a mis adioses.
Escucharán en ellos bagualas llenas de hombres
llorándose
y echándole a los ríos penas atadas en un ramo de flores
para que las mujeres sangren más allá su regreso.



La copla, su columna florida
es una vara barrosa sosteniéndolos.
Miren después las niñas de mis ojos y su lluvia
cuando yazgo en otoño perdido como un fruto dorado.



Porque uno a veces nombra las cosas, sólo porque esas
cosas no lo maten,
para que no muramos pisados por los carros botados
bajo los algarrobos.
Uno toca la tierra condolido, sus chañares amarillos,
y cuenta a todos que late entre raíces una abuela remota
en Talapampa
que le da el nombre a uno
y que un agua sumida lo dice de hace añares
como una siempreviva que hablara con el viento.



Mis ojos ven cansados como si no mirasen. Uvas
quietas.
Pero si una abeja los roza entonces,
el cielo tien un seco gusto a greda.



¿En qué lugar de mí caben ustedes
ahora que lo pienso y me cobijan con sombra en el
desierto?



Yo no sé.
Soy una planta floreciendo sola. Una corola donde se
muere mi alma
y ruega que la velen.



A veces quiero mucho como ahora.

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