viernes, 23 de agosto de 2013

COMIENZOS...

Como cada viernes otro libro cayó en nuestras manos y les convidamos con el inicio para que puedan leer un poco y les queden ganas. 



Yasunari Kawabata, escritor-novelista, fue el primer japonés en ganar el premio Nobel de Literatura en 1968. Nació en Osaka.La soledad en que pasó su infancia tras la muerte de sus seres más queridos marcó profundamente su personalidad. Un fragmento de su novela KIOTO:

Chieko descubrió las violetas florecidas en el tronco del viejo arce. “Ah. Han florecido otra vez este año”, dijo al toparse con la dulzura de la primavera.
El arce era bastante grande para un jardín tan pequeño en la ciudad; el contorno del tronco era más grande que la cintura de Chieko. Pero ese viejo árbol con su basta corteza cubierta de musgo no era la clase de cosa que debería compararse con el cuerpo inocente de una muchacha.
El tronco estaba ligeramente inclinado hacia la derecha a la altura de la cintura de Chieko, y a la altura de su cabeza se retorcía aún más. Por encima de la curva, las ramas se extendían hacia afuera, dominando el jardín, y los extremos de las ramas más largas caían hacia abajo por su propio peso.
Justo debajo de la curva mayor había dos huecos en los que crecían violetas. Cada primavera se llenaban de capullos. Desde que Chieko podía recordar, las dos violetas habían estado allí en el árbol.
La violeta superior y la inferior estaban separadas por unos treinta centímetros. “¿La violeta superior y la inferior se reúnen alguna vez? ¿Se conocen entre sí?”, se preguntaba Chieko. ¿Qué podía querer decir “las violetas se reúnen” o “se conocen”?
Cada primavera había al menos tres y a veces hasta cinco capullos en las violetas de esos diminutos huecos. Chieko se quedó mirándolas fijamente desde el corredor interior que daba al jardín, alzando la mirada desde la base del tronco del arce. A veces la conmovía la “vida” de las violetas que crecían en el árbol. Otras veces, su “soledad” le tocaba el corazón.
-Haber nacido en un lugar así y seguir viviendo allí...
Aunque los clientes que iban al negocio admiraban el espléndido arce, muy pocos reparaban en las violetas que florecían en él. El árbol se había vuelto fuerte con la edad, y el musgo que recubría el viejo tronco le confería dignidad y elegancia. Las diminutas violetas alojadas allí no llamaban la atención.
Pero las mariposas las conocían. En el mismo momento en que Chieko advirtió las violetas, varias pequeñas mariposas blancas revolotearon por el jardín cerca de las flores. Su blancura danzante centelleó contra el fondo del arce, que empezaba a abrir sus propios capullos rojos.
Las flores y las hojas de las dos violetas arrojaban una sombra leve sobre el verde nuevo del musgo que cubría el tronco.
Era un nublado y tenue día de primavera.


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