lunes, 25 de mayo de 2009
“Jardín de las Delicias” del mes de mayo
Mes a mes cambiamos nuestra cartelera/revista mural “El jardín de las Delicias”; por ello los invitamos a leerla en nuestro hall de entrada.
Los convidamos con un pedacito, la secciòn “Es lo que hay...”
Acostumbradas ya al aroma del espiral, cambiamos la crema humectante por el repelente que usamos a toda hora y nos movemos entre tules y mosquiteros. Hemos probado cuanto remedio casero nos permita combatir a los mosquitos y religiosamente tumbamos espantadas y persignándonos cuanto cacharro pueda contener agua, devenida en peligrosa. Macheteamos a pulmón toda mala hierba o cizaña que intente crecer en nuestros patios y evitamos la hojarasca. Nos hemos vuelto devotas de la lavandina rociando todo a nuestro paso con ella.
Nuestras mascotas han aceptado con resignación que les pongamos collares, pipetas y que las bañemos a toda hora y en todo lugar con ciertos productos químicos que aseguran el mal olor y la repulsión de los mosquitos.
Sabemos, con precisión de relojero, que cada mosquito tiene su horario para picar: unos de día, otros a la tardecita y otros de noche. Dengue, paludismo, fiebre amarilla, leshmaniasis… usted elija.
Somos muy obsecuentes y hacemos varias veces la misma fila para vacunarnos repetidamente contra la fiebre amarilla, que en la repetición está el desvarío y quizá el mosquito se pierda.
Como un coloso parado entre dos mundos, la represa de Yacyretá apresó al río y desató las pestes sobre nosotros.
Sin alterarnos observamos el quieto espejo de agua estancada que otrora fuera surcado por peces dignos de ser pescados, que ahora nos prodiga con pestes y larvas para nuestro mal. El agua estancada es agua muerta. Le llaman “lago” a ese río muerto, demasiado calmo, demasiado resignado.
Así también nosotros, con calma chicha, caminamos por la Costanera, a los manotazos pero sin perder la compostura y el buen paso. Mirando el extraño paisaje que incluye cloacas a cielo abierto, basurales y restos de demoliciones. Restos arqueológicos de una ciudad que fue, una ciudad que tuvo puerto y memoria de los barcos que navegaban por el Paraná. Ni puerto, ni Estación de trenes. Ahora todo se mueve, todo se moderniza y sufre la “puesta en valor”… ¿cuánto valía la vieja estación de trenes que estaba llena de recuerdos y fantasmas?
La otrora “selva” misionera se ha convertido, por intervención directa del hombre, en un paisaje desértico en el cual el color de la tierra se confunde con la sangre… ¿es la tierra que sangra para mostrarnos su desnudez?
Observamos en toda la provincia la sucesión casi infinita de pinos, y más pinos, pinos, pinos, pinos… la biodiversidad desaparecida. Los mbyá exiliados en su propia tierra sin mal, que ha quedado ya recluida únicamente a sus cantos y plegarias. Ciegos nosotros no podemos ver que con su presente nos señalan nuestro seguro destino: la desaparición lisa y llana.
¿Y nosotros? Nada. Porque la nada es persistente y pegajosa como la baba del verano (a la que ya nos hemos acostumbrado). Porque la nada es cómoda y estamos muy ocupados en pagar las módicas cuotas de esta vida prestada que nos regalamos todos los días.
Observamos así, indiferentes y despreocupados por el mundo que les estamos legando a nuestros hijos. Construir y destruir: se construyen represas y se destruye el monte.
Algún día alguien dirá “¡BASTA!”.
¿Algún día? ¿Alguien? ¿Basta?
LOS ESPERAMOS!!!
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