viernes, 26 de diciembre de 2008
EL JARDIN DE LAS DELICIAS de Diciembre
Entre preparativos, partos y pañales andamos. El hilo de la vida en la rueca se estira y teje historias y tiempo. Esta trama, la de nuestras vidas y la de los fragmentos y relatos del Jardín de las Delicias, es distinta y es la misma a la vez.
Esta vuelta, el Jardín da cuenta de las premuras de los nacimientos. Da cuenta también de la imposición de lo vital sobre nuestros propios cuerpos; esos mismos cuerpos que mes a mes ponemos para generar este espacio. Ponemos cuerpo a la letra. Y ahora, en la trama de madres e hijos, ponemos el cuerpo para tejer una nueva historia: la del hijo nuevo.
De nacimientos es también el mes de diciembre. Navidades y años nuevos. Nuevos inicios, nuevos comienzos. Momento oportuno para reencontrarnos con nuestros afectos y con nosotros mismos.
Nuestro deseo es que en las fiestas brindar implique brindarse, darse a los otros. Y que, a su vez, deseemos y soñemos un mundo mejor y más justo para todos. Finalmente, que tengamos la voluntad de hacerlo realidad.
Este “Jardín” se lo dedicamos a nuestros hijos Sofia, Juana y Jon Ander, quienes son el motor de nuestros sueños y deseos.
Volveremos en febrero. Nos despedimos deseándoles unas muy felices fiestas. Y les entregamos en forma de regalo estos dos textos que reflexionan, desde distintos lugares, sobre los nacimientos.
Laura y Valeria
Catorce años
Por Sandra Russo
Catorce años tienen las AFJP, escucho, y pienso en los chicos de catorce años. Hace catorce años la oposición a Menem no logró perforar el relato blindado que bajaba desde el poder político, pero era legitimado por el poder económico y multiplicado por el poder mediático. El Estado elefante había dejado en el imaginario colectivo a la empleada pública de Gasalla, que atendía al público limándose las uñas y gritaba “¡Atrááás, atrááás!”. La palabra eficiencia vino a arrasar con esa empleada: fue reemplazada por promotoras de buenas piernas y sonrisa muy amable que regalaban pins y calcomanías de las AFJP.
Hace catorce años, sin embargo, era bastante claro lo que estaba pasando. Y aun con un Estado corrupto como el del menemato, sólo fue posible rediseñar los sectores público y privado de una manera tan grotesca gracias a una obnubilación colectiva que hizo creer a muchos hombres y mujeres que cuando fueran viejos serían esos ancianos atléticos y vigorosos que hacían trekking en las publicidades de las AFJP.
Cuando teníamos una secretaria de Medio Ambiente que salía envuelta en pieles en fotografías de estudio, cuando íbamos a traspasar en dos horas la estratosfera, cuando se desviaba la investigación del atentado a la AMIA, cuando teníamos esa Corte Suprema, cuando los grandes medios tomaban como algo pintoresco que el presidente jugara al tenis y sus competidores se dejaran ganar.
Hace catorce años, cuando nacían los chicos que hoy para muchos, incluso y especialmente para el gobernador Scioli, deberían ser imputables, nosotros éramos como sociedad todo eso: un amasijo de jodidos y confundidos y sobornados por la fiebre del electrodoméstico y el viaje a Miami. Y esa generación que se acopló a la vida en esos años, en su amplia mayoría, estaría destinada al paco, al cartón, al plan, al tetra, al limpiaparabrisas, al arrebato o al crimen. Fue un acto de cobardía no ver entero el modelo que se estaba sembrando: de él iban a brotar, por la lógica de su propia genética, sectores con muchos bienes acumulados y sectores sin nada que perder. Una sociedad mínimamente civilizada debería preocuparse siempre de que absolutamente todos sus miembros tengan algo que perder.
Comida, trabajo, salud, educación. Son los cuatro jinetes de algo así como la seguridad. Si los esfuerzos colectivos a través del Estado se aunaran para que la comida, el trabajo, la salud y la educación llegaran a todos los rincones del país en dosis aceptables, es muy probable que el efecto colateral de esa política sería algo así como la seguridad. Digo “algo así” porque el delito no es extirpable de ningún modelo, pero es bastante claro que si las necesidades básicas de todos los habitantes de este país fueran cubiertas, habría muchos menos pibes rifando sus vidas o cegando otras.
Pienso en los chicos pobres de catorce años, en el relato social que meció su infancia, en historias de vida que cualquiera conoce y que enloquecerían a cualquier vecino de Palermo Freud. Pienso en las pérdidas que todo chico pobre de catorce años tiene que elaborar. Pérdidas que ni siquiera pueden pensarse como tales, con el dolor que implica perder. Los pibes pobres de catorce años perdieron antes de nacer casi todos los derechos que los haría sujetos sociales responsables: el derecho a la vivienda, al alimento, a la escuela. Nada de eso los esperaba como esperaba el amoroso cuarto preparado la llegada del bebé de clase media.
La idea misma de bebé ha sido susceptible de divisiones clasistas, en esta sociedad hipócrita e hiperclasista: el bebé de la lavandina, ese que tiene una mamá que usa productos especiales para desinfectar los juguetes y que siempre tiene en la heladera postrecitos con calcio y hierro, y el bebé que carga la señora en el semáforo, el bebé del soborno emocional, el bebé prestado, el que pretende conmover y provoca rechazo. Ese bebé es sólo visto como un fruto de la promiscuidad de los pobres o como una herramienta para la limosna. Uno es el bebé que quizá ya tenga o vaya a tener un hermanito, y el otro es el bebé que la mirada social juzga “de más”, como si algunas mujeres parieran hijos y otras parieran apenas más bocas que alimentar. Uno es el bebé producto del amor de sus padres, y el otro es el producto de un apareamiento.
Los pibes pobres de catorce años han sido bebés del segundo tipo. No es después de un asalto o de un crimen que esta sociedad debería pensar en ellos. Es antes. Pensar en ellos como acreedores nerviosos. Pensar en ellos como los otros que podrían ser hoy si la vida los hubiese recibido con el saludo mullido de las oportunidades. Reflexionar sobre la adolescencia pobre sólo después de un asalto o un crimen es un latigazo más sobre sus lomos.
Lo peor es que ellos no esperan otra cosa.
Contratapa del diario Página/12 del sábado 15 de noviembre de 2008
La concepción y el alumbramiento perfecto
“Y aconteció que, estando ellos ahí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito…”
¿Por qué precisar que se trata del primogénito si está muy claro que la Virgen no tenía un hijo anterior? Es el primogénito, mas ¿de quién? Es el primer nacido de entre nosotros.
Mientras el Cristo mítico no nazca, nadie nacerá. Mientras la eternidad no sea realizada, viviremos en la angustia y la muerte.
Mientras no se alcance la conciencia colectiva, el primogénito no vendrá. Mientras se haga degollar a nuestro vecino, estaremos todos muertos. Dostoievski dijo “Si hay un crimen sobre la Tierra, tú formas parte de los culpables”: En efecto: si sobre la Tierra una persona tiene hambre, todos somos responsables.
Si una persona no alcanza su más alto grado de conciencia, eso significa que no trabajamos para los demás sino para nosotros mismos: pedimos y pedimos, nos cultivamos, nos alimentamos, nos desarrollamos, nos hacemos proteger… ¿y los otros? ¿Cómo es que siempre queremos más para nosotros sin pensar nunca que los demás deben tener al menos lo mismo que nosotros? ¿Nos preocupamos por dar a la persona a quien pedimos?
“Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en una faja de pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar en el mesón para ellos.”
Llegamos aquí al momento fundamental.
A partir del momento en que la sombra de Dios envolvió a la Virgen y la fecundó, la luz completa estuvo en su vientre. Desde ese instante y por primera vez, la humanidad entera (pasada, presente y futura) tuvo a Dios en su vientre. Era la encarnación.
En el preciso momento en que la célula nace, el vientre de María se convierte en el centro de la humanidad. Y se trata de un centro poderoso porque Dios entero estaba ahí. Este vientre irradiaba hacia el pasado hasta el comienzo mismo del universo; irradiaba también hacia el futuro y hacia todos los universos posibles. Irradiaba al centro de la conciencia colectiva de todos los seres pensantes, comprendidos los humanos. En el cosmos, el ser humano no será el único ente de conciencia: habrá las entidades transparentes, etc. Millares de conciencias se unirán para crear la conciencia colectiva universal. Y en el centro de esta conciencia, ese vientre irradiaba.
Cuando la Virgen fue fecundada, se dijo “Comienzo a dar mi carne. ¿Qué clase de células voy a ofrecer a este ser que se halla en mi vientre? No puedo utilizar mis hormonas, mis ácidos y toda mi materia para fabricar células impuras. Por ello ningún sentimiento negativo deberá atravesar mi espíritu. Toda fealdad, todo pensamiento decadente y toda carencia de fe que entraran en mi espíritu, ensuciarían las células que voy a formar.”
(…)
Es lo mismo para cada mujer que espera a un niño. Al describir la formación y el alumbramiento de Cristo, describo el parto normal y lo retiro de la anormalidad en la cual la patología lo ha colocado. Cada niño es el Cristo encarnado.
María portaba la divinidad encarnada. ¿Qué tenía que ver la psicología de la Virgen con el nacimiento de Cristo? ¿Qué podía hacer ella de sus problemas psicológicos? No los tenía. Era la extinción total de su espíritu. Éste no era más que luz, paz absoluta y perdón absoluto hacia quien la había hecho sufrir.
Fragmentos del libro “Evangelios para sanar” de Alejandro Jodorowsky
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