Este viernes les“convidamos” con el COMIENZO del libro El Hombre Duplicado de José Saramago.
¿Qué sucede cuando Tertuliano Máximo Afonso descubre a sus treinta y ocho años que en su ciudad vive un individuo que es su copia exacta y con el que no lo une ningún vínculo de sangre? Esa es la pregunta central de la novela y así empieza...
¿Qué sucede cuando Tertuliano Máximo Afonso descubre a sus treinta y ocho años que en su ciudad vive un individuo que es su copia exacta y con el que no lo une ningún vínculo de sangre? Esa es la pregunta central de la novela y así empieza...
El hombre que acaba de entrar en la tienda
para alquilar una película tiene en su documento de identidad un nombre nada
corriente, de cierto sabor clásico, que el tiempo ha transformado en vetusto,
nada menos que Tertuliano Máximo Afonso. El Máximo y el Afonso, de uso más
común, todavía consigue admitirlos, siempre dependiendo de la disposición de
espíritu en que se encuentre, pero el Tertuliano le pesa como una losa desde el
primer día en que comprendió que el maldito nombre podía ser pronunciado con
una ironía casi ofensiva. Es profesor de Historia en un instituto de enseñanza
secundaria, y la película se la ha sugerido un colega de trabajo, aunque
previniéndole, No es ninguna obra maestra del cine, pero te entretendrá durante
hora y media. Verdaderamente Tertuliano Máximo Afonso anda muy necesitado de
estímulos que lo distraigan, vive solo y se aburre, o hablando con la exactitud
clínica que la actualidad requiere, se ha rendido a esa temporal debilidad de
ánimo que suele conocerse como depresión. Para tener una idea clara de su caso,
basta decir que estuvo casado y ha olvidado qué lo condujo al matrimonio, se
divorció y ahora no quiere ni acordarse de los motivos por los que se separó. A
su favor cuenta que no hicieron de la desdichada unión hijos que ahora le
vengan exigiendo gratis el mundo en una bandeja de plata, pero la dulce
Historia, la seria y educativa asignatura Historia para cuya enseñanza fue
contratado y que podría ser su amable refugio, la contempla desde hace mucho
tiempo como una fatiga sin sentido y un comienzo sin fin. Para temperamentos
nostálgicos, en general quebradizos, poco flexibles, vivir solo es un durísimo
castigo, pero tal situación, reconozcámoslo, aunque penosa, rara vez desemboca
en drama convulso, de esos de estremecer las carnes y erizar el pelo. Lo que
más abunda, hasta el punto de que ya no causa sorpresa, son personas sufriendo
con paciencia el minucioso escrutinio de la soledad, como fueron en el pasado
reciente, ejemplos públicos, aunque no especialmente notorios, y hasta en dos
casos de afortunado desenlace, aquel pintor de retratos de quien nunca llegamos
a conocer nada más que la inicial del nombre, aquel médico de clínica general
que regresó del exilio para morir en brazos de la patria amada, aquel corrector
de pruebas que expulsó una verdad para plantar en su lugar una mentira, aquel
funcionario subalterno del registro civil que hacía desaparecer certificados de
defunción, todos pertenecientes, por casualidad o coincidencia, al sexo
masculino, aunque ninguno tenía la desgracia de llamarse Tertuliano, y seguro
que eso habrá significado para ellos una impagable ventaja en lo que se refiere
a las relaciones con sus prójimos. El empleado de la tienda, que ya ha retirado
del estante la cinta solicitada, ha escrito en el registro de salida el título
de la película y la fecha en que estamos, le indica ahora al cliente la línea
donde debe firmar. Trazada tras un instante de duda, la firma deja ver sólo las
dos últimas palabras, Máximo Afonso, sin el Tertuliano, pero, como quien decide
aclarar de antemano un hecho que podría llegar a ser motivo de controversia, el
cliente, al mismo tiempo que las escribe, murmura. Así es más rápido.